En la escuela viene a suceder lo mismo, puesto que nuestras escuelas e instituciones educativas, lejos de ser el revulsivo que nuestra sociedad necesita para fomentar el cambio y la mejora, una apuesta por intentar cambiar el mundo, no son sino un reflejo y una reproducción del mismo.
En la escuela el objetivo manifiesto viene a ser preparar a los "futuros ciudadanos" para reproducir fielmente el mundo en el que nos hemos instalado. En absoluto se considera a las niñas y niños como ciudadanos de pleno derecho. La escuela es como la reproducción de un centro de trabajo: normas rígidas, disciplina, rendimiento, respeto hacia los superiores, inmovilización de cuerpos (incluidos cerebros), reproducción de esquemas hasta el hartazgo ...
Pues bien, todo esto es lo que hay que cambiar. Y no es una tarea fácil cuando quienes tienes que fomentar el cambio vienen de escuelas universitarias donde se reproducen los mismos esquemas: principio de autoridad, escucha pasiva de la clase maestra impartida desde la tarima, consideración del discurso del profesor como verdad inamovible ... Es difícil cambiar desde abajo lo que desde arriba se tiene tan asumido y además se ha venido "mamando" desde el nacimiento. El cambio de paradigma es verdaderamente complicado y la tarea se constituye como revolucionaria.
Sin embargo sabemos que se puede hacer, y que debemos hacerlo. Y afortunadamente hay ejemplos, cada vez más abundantes, de que caminar hacia la equidad es posible ... y además empieza a tornarse urgente y necesario. Prueba de ello es la cantidad de alumnado que participa en esta formación; alumnado constituido por profesionales de la educación que vemos con claridad la necesidad de una verdadera democratización de la educación y de toda nuestra cultura política. Y que además queremos ponerla en marcha en nuestro día a día, en nuestras culturas escolares, en cada una de las aulas que pisamos a diario y con cada una de las alumnas y alumnos con los que convivimos.
Quería compartir con vosotros para finalizar una bellísima película de Silvano Agostini, del año 1984, en el que un niño habla con total libertad ante una cámara de su vida amorosa, sin prejuicios, sin tapujos, sin tabúes: "De amor se vive"
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